sábado, 29 de noviembre de 2008

Una de vampiros

A Isabella Marie Swan

Es muy guapa. Las mallas ajustadas muestran unas largas y bien torneadas piernas. El blusón traslúcido baja hasta la parte alta de los muslos: un vestido quizá demasiado juvenil para ella, aunque le sienta mejor que a cualquier jovencita. No puedo evitar mirarla de reojo. Se estira para coger un libro de una estantería alta y su belleza es un puñal que se me clava en el pecho. Me mira, me sonríe y se dirige hacia mí.

-A lo mejor me puedes ayudar, busco la última novela de Isabella Marie Swan.

El tuteo es una dulcísima miel para mis oídos.

-Claro que puedo. Es mi autora favorita. Desde Pesadillas al anochecer no me pierdo una de sus novelas. ¿Le gustan las de vampiros?
-Sí, sí que me gustan... pero no leo mucho. Sobre todo me gusta... Me han recomendado las de Isabella... Lo que me gustaría...

Está nerviosa y azarada y no me lo acabo de creer. Ella quita el hipo y yo tengo la cara llena de granos. Normalmente el que se azara y no encuentra las palabras cuando habla con una chica, aunque no sea tan guapa, soy yo. Pero ella se sonroja y no encuentra las palabras.

-Me interesa... Me comentaron que su última novela es sobre todo el análisis de un dilema moral.
-Sí, en ella el protagonista, al que acaban de convertir en vampiro, si quiere vivir esa especie de vida que llevan los vampiros, tiene que matar. Pero él es incapaz de matar. Toda su educación y su naturaleza hasta ese momento rechazaban la violencia, pero ahora, si no mata, el hambre crece y lo atormenta como a un yonqui el síndrome de abstinencia. Y además su naturaleza empieza a cambiar. Empieza a tener, por ejemplo, fantasías violentas...
-Sí, esa es la novela que me interesa. ¿Sabes cómo resuelve el dilema el protagonista?

Sigo sin creérmelo. Sus hermosos ojos oscuros sorben mis palabras. Me crezco y le cuento todos los detalles de la novela. Su atenta mirada me da una elocuencia que nunca he tenido. Las palabras fluyen, me siento agudo, inteligente... quiero impresionarla y exagero mis opiniones. Me pongo de parte del vampiro. Le explico que tiene que matar porque su primera obligación moral es para consigo mismo. Le cuento que al principio busca seres despreciables que merezcan morir, pero se da cuenta de que no puede juzgar a las personas y que todo el mudo tiene que morir alguna vez, y los lobos deben matar corderos y los vampiros, personas.
Ella me escucha, yo diría que no solo con los oídos, también con sus ojos, sus manos, con todo su cuerpo.

-Me interesa muchísimo lo que cuentas. ¿Te importaría acompañarme a mi casa? Vivo cerca, pero es ya de noche y tengo que pasar por un callejón muy oscuro. Tanto hablar de vampiros me ha dado un poco de miedo.

La dulce miel que empezó con el tuteo se ha apoderado de los últimos rincones de mi alma. Siempre he querido ser Lanzarote o Amadís. Me siento el joven caballero que debe proteger a su reina.
Salimos. En la entrada de la librería hay un espejo. Me veo reflejado –el flequillo, el odioso acné- pero el espejo no me devuelve la imagen de mi dama. Comprendo. El miedo se convierte en un puñal como antes la belleza. Pero... me doy cuenta de que no me importa.

-¿Por dónde vamos?